No faltan  detractores para reconocerle  los atributos que explicarían su dilatada trayectoria y sus logros

Los electores acabaron dándole la espalda, de la misma manera que antes lo habían hecho con Adolfo Suárez su eterno icono político.

 

Amado Moreno

El apagón definitivo de la carrera de Lorenzo Olarte en los últimos años no se corresponde en absoluto con el fulgor con que surgiría e impregnó la política canaria durante décadas. Desde el periodo del tardofranquismo de los años 70 del pasado siglo, tras alcanzar la presidencia del Cabildo de Gran Canaria, ejercer como procurador en las Cortes, diputado nacional, parlamentario regional y presidente del Gobierno de Canarias. Su fallecimiento durante el primer fin de semana del recién estrenado febrero de este año 2024 invita a evocar los momentos estelares de su carrera en el servicio público. También su ocaso casi definitivo.

No faltan  detractores para reconocerle  los atributos que explicarían su dilatada trayectoria y sus logros: espíritu indomable, ambición y coraje de animal político. Distinto a político animal. Espíritu, ambición y coraje irían decayendo visiblemente con el paso de los últimos años y al fracasar todos sus esfuerzos e intentos de adaptación a una nueva realidad social y generacional.

Los electores acabaron dándole la espalda, de la misma manera que antes lo habían hecho con Adolfo Suárez su eterno icono político. Dotado éste de una intuición excepcional que le adjudicaban todos sus adversarios, y de acuerdo con Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes con la Monarquía, encomendó a Olarte una de las ponencias clave de la reforma política que propició el “harakiri” del hemiciclo franquista para convocar meses después las primeras elecciones generales en 1977, dos años más tarde de la muerte de Franco.

 “De entrada había predisposición a que saliera bien, Suárez estaba acojonado, perdido… Y Torcuato también, aunque era un hombre que no exhibía sus emociones”, declaró Olarte en cierta ocasión, una vez desaparecidos los citados, y de los que conservaba inmejorable concepto.

Olarte, durante un desayuno con los periodistas Teresa Cárdenes, Amado Moreno y Rafael González Morera en los años 80 del pasado siglo XX/LP-DLP
Olarte, durante un desayuno con los periodistas Teresa Cárdenes, Amado Moreno y Rafael González Morera en los años 80 del pasado siglo XX/LP-DLP

El final agridulce de su recorrido político no debe empañar sus logros, ni olvidar que en el pasado animó proyectos de progreso para Canarias, pese a otras decisiones o actuaciones que cabría juzgar poco acertadas.

Una de las primeras iniciativas sobresalientes que puso en práctica como presidente del Cabildo de Gran Canaria fue un Plan Cultural. Colocó al frente del mismo a Agustín Millares Carlo, profesor al que rescató de su exilio en Venezuela, donde estaba desde 1959, después de dos décadas en México. Con anterioridad, Millares había viajado en 1924 con una aureola de prestigio a Argentina para sustituir a Américo Castro en la dirección del Instituto de Filología. Volvió a Madrid y selló su compromiso con la República, convirtiéndose en amigo personal de su paisano Juan Negrín y a la vez de Manuel Azaña.

Como coordinador del denominado Plan Cultural para las Canarias orientales, cancelado en 1978, el eminente profesor, que contó siempre con el aliento de Olarte y su equipo,  diseñó nueve comisiones: Archivos y Bibliotecas, Historia, Investigaciones científicas, Literatura, Música, Teatro, Plástica, Cinematografía y Medios de Comunicación. Vieron la luz monografías y ediciones de Caballero Mujica, Guimerá Peraza, León y Castillo, Lobo Cabrera, Torres Santana y Leopoldo de la Rosa, entre otros. Superada esta etapa, en 1979 se involucró con el mismo Cabildo grancanario para confeccionar “El registro bibliográfico de los Archivos del Archipiélago” y un “Estudio directo de los Archivos de las Canarias Orientales”.

En materia de Educación, Olarte, siendo ya asesor en Madrid del presidente Adolfo Suárez, mostró de nuevo lucidez y reflejos, además de su influencia en el Gobierno correspondiente de la época,  para seducir y trasladar a Las Palmas al entonces joven científico canario Roberto Moreno (28 años). Brillante alumno y profesor en el Instituto Tecnológico de Massachusetts previamente,  en el momento de la llamada de Olarte se desempeñaba como catedrático de Electromagnetismo (Inteligencia Artificial y Electrónica)  en la Facultad de Ciencias Físicas de la Universidad de Zaragoza, de la que era igualmente vicerrector. El “galáctico” docente, natural de Gáldar, afrontó y ejecutó con creces el doble reto que le plantearon: robustecer la Escuela de Ingeniería, ampliando cursos y acabar con determinadas incertidumbres de futuro, sin dejar de asumir la dirección del Colegio Universitario de Las Palmas con todas sus consecuencias y expectativas,  una   responsabilidad, la última,  que había sido menospreciada por el claustro de la Universidad de La Laguna, de la que dependía académicamente.

Los desvelos del político grancanario como presidente cabildicio se extendieron a otras actividades como la de la Pesca, en respuesta a la inquietud que se había adueñado del sector a raíz del abandono del Sahara por España. Articuló e impulsó una Red Insular de Refugios Pesqueros para la flota artesanal en diversos puntos del litoral insular, semilla que ya había sembrado Juan Pulido Castro, su predecesor en la Corporación grancanaria.

Dos hitos históricos marcaron el paso fugaz de Olarte por la presidencia del Gobierno regional: el logro de una Universidad plena para Las Palmas, después de una ardua lucha que polarizó el viejo pleito insular con la universidad de La Laguna, y la homologación salarial del profesorado canario, una vieja reivindicación que ningún gobierno anterior se había atrevido a enfrentar y resolver.

En el envite universitario Olarte se jugó el cargo de presidente con el riesgo de una grave crisis de gobierno, por la probabilidad de un “cisma” entre los grupos parlamentarios que lo apoyaban. Salvó los muebles y salió adelante su propuesta gracias al voto favorable de sus leales y de los socialistas con otros grupos de izquierda. También requirió de una artimaña política con la complicidad del diputado grancanario Luis Hernández como consejero accidental de Educación, sustituto momentáneo del titular Fernández Caldas, alineado con el rechazo propugnado por ATI, organización insularista de Tenerife.

La víspera del debate y votación parlamentaria de la iniciativa universitaria, Olarte atendió por teléfono a este periodista. Interpelado al respecto,  contestó sin titubeos sobre su posición de cara a la jornada siguiente. Garantizó, y cumplió luego, que no habría marcha atrás por su parte como presidente, aunque le costara el Gobierno y una crisis seria, a sabiendas de la previsible división –como sucedió- en las filas de los grupos que le sostenían en el cargo.  Su tenacidad y firmeza en esta situación fue una muestra más del coraje y fuerza de decisión exigible a todo gobernante para anteponer el interés público a cualquier otro.

En todo caso, es evidente que su balance de objetivos cubiertos –a los que no fue ajena la presión de la propia sociedad canaria- , se revelaron insuficientes para que Olarte continuara gozando del respaldo necesario en las urnas. Las siguientes citas electorales sólo sirvieron para certificar que su estrella declinaba y que las nuevas generaciones optaban por otras alternativas y mensajes. Coherencia biológica, interpretarán algunos. Retrato similar de otros muchos y grandes personajes que ofrece la historia.

*Publicado en La Provincia el 4 de febrero de 2024.

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