La enseñanza fue el eje de su vida más de tres décadas, y el ajedrez y la música, un complemento estimulante de su actividad
Protagonizó memorables audiciones de boleros y otros estilos en distintos escenarios de Gran Canaria, acompañado de voces locales
Amado Moreno
“¿Profesor? No, yo soy maestro y con orgullo”, replicaba con firmeza un sonriente Pepe Mejías al “hola, profesor” con que le saludaban en tono campechano. Su matización no era ociosa. Conllevaba un mensaje de cierta autenticidad personal, reacia a cualquier impostura, siendo un rasgo que le distinguió a lo largo de su vida, apagada el jueves para sorpresa de todos en un hospital de la capital grancanaria, a punto de cumplir 79 años este mes.
Al poner el acento en su orgullo de maestro, mostraba su peculiar modestia identificándose con el mexicanismo que define y acota la competencia de su oficio, aunque la RAE anima a usar indistintamente los términos, profesor y maestro, para reconocer a todo aquel que ejerce la docencia.
Controversia al margen, incentivada en este caso por la elegante y proverbial ironía de la que hacía gala Pepe Mejías inteligentemente, merece recordar hoy que fue la Aldea de San Nicolás de Tolentino el comienzo de su carrera en horario nocturno con adultos.
Después, y tras su paso por diferentes centros educativos de la Isla como maestro, en 1968 aterrizó con plaza en el Colegio José Sánchez y Sánchez de la villa de Agaete, donde permaneció hasta su jubilación en 2002. Sumaría alrededor de cuatro décadas como enseñante.
Su entrega profesional le dejaría tiempo para cultivar otras dos grandes vocaciones que complementaban su principal actividad educativa: la musical con el piano, y la del ajedrez, como jugador y promotor.
Con el piano se inició mucho tiempo antes en la Orquesta Mejías fundada por su padre, Juan Mejías Suárez, en los años 40 del pasado siglo XX. Una orquesta tan exitosa y popular que más de una vez fue requerida en el Estadio Insular para crear ambiente y respaldo de los aficionados a la UD Las Palmas en las grandes citas, cuando estaba en juego evitar el descenso o procurar la subida a Primera División.
La Orquesta Mejías, en el Estadio Insular, animando a la UD LAS PALMAS
Memorables fueron las audiciones de boleros y otros estilos que alentó Pepe Mejías años más tarde en el teatro municipal y en el centenario casino de Gáldar. Rescataría y visualizaría hermosas voces (Mari Nati Saavedra y Mari Carmen Estévez, entre otras muchas) para el acompañamiento de sus conciertos, que luego trasladó en ocasiones a clubs sociales de la capital.
En la memoria colectiva perdura todavía el emotivo “Lili Marlen” interpretado por la familia alemana Schäfer con Pepe Mejías al piano, durante una de aquellas inspiradas programaciones en Gáldar. El entusiasmo y los aplausos del público obligaron a repetir la internacional versión, asociada para la eternidad a Marlene Dietrich.
Derrochaba generosidad Pepe Mejías con su arte musical igualmente en casa de sus mayores amigos. Entre los excelentes anfitriones tuvo no pocas veces a la lagunera Tere Robayna, y a su esposo, el abogado guiense Antonio Aguiar, habilidoso con el bajo, mientras Fran Molina hacía sonar maravillosamente el saxo o la batería, y Braulio deleitaba con su voz y guitarra, en sintonía con su pianista de excepción invitado. Esta sorpresa de espectáculo se producía al concluir una cena dominada por la camaradería, salpicada de vivencias y anécdotas.
La tendencia de Pepe Mejías por el ajedrez no fue menor. Propició competiciones de renombre en el Casino de Gáldar y el nacimiento de un club local de amplia resonancia insular, además de impulsar una enorme difusión de esta disciplina en el ámbito de su centro escolar de Agaete.
El fútbol, el cine y la buena mesa eran sus considerados “vicios”. Seguidor incansable de los leones del Ath. Bilbao, al tiempo que de la UD Las Palmas, se ufanaba de la amistad con José Ángel Iríbar, el mítico ex portero, del que fue cicerone en la mayor parte de las ocasiones que aquél pisó Canarias.
Al margen del fútbol, en los años anteriores a la pandemia, permanecía atento a la cartelera cinematográfica del Monopol para no perderse los estrenos de calidad, acompañado de Luz Marina, su inseparable esposa, maestra también y aficionada a la foto artística, con indiscutible técnica.
Exquisitos y exigentes para la gastronomía, ambos remataban como un ritual la jornada de ocio con una cena ligera en la barra del clásico Samoa capitalino, cuando no en otro restaurante acreditado, antes de regresar al domicilio de Guía.
Lástima que las normas restrictivas anti-coronavirus impidieran la tarde del viernes la asistencia de mayor número de personas al sepelio de Pepe Mejías. Disuadieron de acudir a una parte importante de la legión de compañeros y amigos que le apreciaban.
La voluntad de los ausentes sería testimoniar directamente el pésame a la familia, en particular a su viuda Luz Marina Ramírez, muy afectada por la pérdida irreparable, y a su hermano Luis. Asimismo, darle el adiós definitivo en el corto trayecto del tanatorio galdense al cementerio de San Isidro, donde ya descansa el cuerpo de quien jamás renegó de su condición de maestro. Alardeaba que era su ADN.
*Publicado en La Provincia el 21 de marzo de 2021.