Adelantada liberal de la época, fue el primer centro de la zona en habilitar aulas compartidas por alumnos de ambos sexos


Amado Moreno


Más de medio centenar de antiguos alumnos y profesores de la Academia Cardenal Cisneros (1949-1969) se dio cita el sábado último en el tradicional encuentro de cada año para mantener su lazos de amistad y afecto. Fue precedido de una misa en el templo parroquial, oficiada por Manuel Reyes. Emocionó a los asistentes con una acertada semblanza sobre Carmelina Ramírez, la profesora fallecida este año, a la que -según recordó- tuvo oportunidad  de asistir en las últimas horas, antes de descansar definitivamente. Pedro Armas, sobrino político de la finada, interviniente en otro momento muy afectado aún, se limitó en la práctica a corroborar las palabras del párroco y lamentar la desaparición de la profesora. 

En memoria de aquellos que ya no están, después hubo una ofrenda floral en la fachada de la vieja academia, hoy reconvertida en oficinas municipales, en la calle Capitán Quesada. La jornada concluyó con un almuerzo en la sede del Casino de la ciudad, evento en el que el profesor José Luis Domínguez Auyanet, uno de los veteranos alumnos sobresalientes del centro que concitaba la convocatoria, aprovechó también para elogiar la trayectoria y la empatía docente de Carmelina Ramírez, desvelando una correspondencia entre ambos, de interés cultural y ciudadano.

ETAPA FRUCTIFERA. Tanto este encuentro de antiguos estudiantes,  como la figura de Carmelina Ramírez, sirven hoy de pretexto para reflexionar y evocar una etapa fructífera en lo educativo del municipio norteño, pese a la precariedad de aquellos tiempos, mucho más estrecha y dura que la actual. Pese a ello, los alumnos salidos de aquellas aulas se convirtieron años más tarde en destacados profesionales de la docencia y de otras disciplinas, como la Medicina, la Arquitectura, la Historia, la Filosofía y el Periodismo, entre otras. Hoy, con la proyección de una mirada atrás y serena que impone el paso del tiempo ya transcurrido, es muy posible que coincidamos casi todos en que el Cisneros significó una auténtica factoría de progreso. Sus alumnos, tras alcanzar mayoría de edad y su titulación como docentes (en cifra superior a otras especialidades),  esparcieron sus conocimientos por toda la geografía insular.

ENSEÑANZA ABIERTA. Vanguardia liberal en buena medida de aquellas décadas, el Cisneros fue el primer centro de la comarca en habilitar aulas compartidas por alumnos de ambos sexos. Una circunstancia que propiciaría otros sueños con el nacimiento de relaciones que, concluidos los estudios de sus protagonistas, llevarían posteriormente a la creación de nuevas familias surgidas en aquella convivencia. No siempre esos sueños se cumplieron para algunos; no obstante, quedarían contentos de haberlos tenido.

Animados por el sacerdote Joaquín Artiles, máxima autoridad educativa de la época,  un asturiano de Luarca, Marcelino Cisneros García, junto a Manuel Varela y Lino Báez, impulsó la creación de la academia. Pero su proyecto no habría sido viable de no haber contado con el respaldo entusiasta del alcalde de entonces, Carlos Bautista, y de otros personajes y docentes locales como Manuel Sosa y Nicolás González, entre otros, vinculados también al equipo fundador.

PROFESORES COMPETITIVOS. El centro contó casi siempre con un plantel de profesores competitivo, cercano y humano. Así lo registramos muchos de los que pasamos por sus aulas en los años 60, sin dejar de compatibilizar los estudios con la dosificada diversión en los guateques de moda con la música de Los Genios, Los Rayos, Los Estays y Stu and Drack, grupos musicales de la comarca que intentaban emular con éxito a Los Beatles, Los Canarios, Los Relámpagos o Los Sírex en aquellos años dorados de la música pop.

Carmelina Ramírez fue un ejemplo cabal de solvencia en su especialidad docente. Con ella acabamos entonces de enamorarnos para siempre de la Literatura. Enseñaba con un entusiasmo desbordante. Incitaba permanentemente a efectuar anotaciones de autores y obras en el margen del libro de texto que los habían “olvidado”. Nos acercó en profundidad a Cervantes, a Unamuno, a Machado, a Lorca, a Neruda… Todavía hoy nos parece escuchar el eco inconfundible de su voz con énfasis peculiar y femenino, recitando versos memorables de Neruda: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche/Escribir, por ejemplo: la noche está estrellada/y tiritan, azules, los astros, a lo lejos./El viento de la noche gira en el cielo y canta(…) Ella me quiso, a veces yo también la quería/ Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos”.

También conservamos en la memoria algunas de sus ampliaciones sobre Unamuno: “Anoten su obra De Fuerteventura a París, que inexplicablemente ha sido omitida en este texto editorial”. Casualidad es que Salamanca celebra esta semana diversos actos en recuerdo de su antiguo rector universitario. Su programa incluye el estreno de la película “La isla del viento”, de Manuel Manchón, en la que evoca la estancia forzosa de Unamuno en Fuerteventura, y su enfrentamiento con el general Millán Astray en el año de inicio de la guerra civil española, ochenta años atrás, cuando le dijo: “Venceréis, pero no convenceréis”.

Al mismo cuadro de profesores de aquella década de los 60 pertenecieron Manuel Cruz, infatigable con sus explicaciones matemáticas. Rafael Padrón, (hermano de Antonio, el inmortal pintor indigenista), derrochaba sus conocimientos sobre Física y Química, con su inseparable cigarrillo artesanal; avanzada la clase, envolvía cuidadosamente el tabaco en papelito como en un extraño ritual y lo encendía con un viejo mechero,  mientras los demás nos tomábamos un respiro en los pupitres.

María Teresa Ojeda era admirablemente sobria y profesional con sus lecciones de Griego, y una avanzada modelo de Armani en su elegante indumentaria por la que sus alumnos también le rendían pleitesía. José Antonio García Álamo, magistral siempre en sus lecciones sobre Filosofía, Literatura Francesa e Historia del Arte. Nos despertó a las ideas de Sócrates, Platón, Aristóteles, Kant, Voltaire y Rousseau; también la pasión por la Egiptología. Chona Monzón, por su parte,  desplegaba su pedagogía en la asignatura de Francés con exigencia y a la vez con enorme comprensión para sus alumnos.

En materia de Religión hubo dos profesores singulares que se habían sucedido al frente de la parroquia de Santiago: Abrahám González y Agustín Chil. El primero convertía sus clases en charlas desenfadadas sin renunciar al monólogo, santificando a menudo a las prostitutas que habían decidido rehacer su vida, a la vez que “condenaba”  la costumbre de socios del Casino de la ciudad que mataban las horas acomodados en vetustas poltronas de mimbre en la fachada del mismo y perseguían con mirada libidinosa a las mujeres que pasaban por delante. Agustín Chil, fumador empedernido, más apegado en su doctrina docente al último concilio Vaticano II, se esforzaba en la divulgación de asuntos más eclesiales y menos mundanos.

Perfiles similares al conjunto de los aquí relacionados ofrecen con lógicas excepciones los demás profesores del mismo centro que no tuve la fortuna de conocer directamente por ejercer ellos en otra época, o bien con compañeros de distinto nivel académico.

En síntesis esta pincelada solo ha pretendido recuperar algo de la memoria de un tiempo interesante y hermoso en el devenir de la historia local, y de la que Gáldar debe sentirse orgullosa, pese al gris-oscuro de la política de aquel momento. Para muchos que tuvimos el privilegio de compartir la experiencia, el Cisneros fue -parafraseando a Albert Camus- el sol que iluminó parte de nuestra adolescencia y juventud para privarnos de todo resentimiento.
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NOTA.- Texto publicado en el periódico LA PROVINCIA-Diario de Las Palmas el martes 11 de octubre de 2016.

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