“Partir es como morir un poco”, publicó Andrés Ruiz Delgado, hace casi un año, exactamente el 30 de enero de 2014. Hoy parece oportuno repetir esta cita de Milton que escogió para arrancar uno de sus más inspirados artículos en estas páginas de LA PROVINCIA, y rememorar su infancia y adolescencia en Gáldar, su ciudad natal, bajo el título: ¡Qué tiempos aquellos!


Para el mismo texto recurrió a la sentencia de otro autor, Humboldt, donde reafirma que “las cosas que garantizan el pasado son eternas e inmutables, como la muerte, pero al mismo tiempo, cálidas y creadoras de felicidad, como la vida”.  El veterano periodista utilizaba ambas referencias de introducción para recrear  aspectos nostálgicos de su niñez por caminos y lugares que seguían siéndoles muy queridos a su avanzada edad, después de decenas de años de haberlos dejado atrás.

Su rosario de experiencias relatadas en aquella colaboración periodística ponían de manifiesto, en primer lugar, el amor profundo de Andrés Ruiz Delgado por su patria chica. También su reconocimiento hacia todos aquellos personajes e instituciones galdenses que consideraba artífices de su formación en un entorno social y físico tan acogedor, que disfrutaba evocándolo. No olvidó mencionar a don Juan Rodríguez Santana, a don Diego Trujillo, al maestro Batista, director éste de la banda municipal de Música…

Los versos que reproducía en la recta final de ese mismo trabajo cobran hoy actualidad como nunca: “Las campanas de mi pueblo/ Sí que me quieren de veras/ Se alegraron cuando nací/ Y llorarán cuando muera”.

El sábado último, día de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas, y seis horas antes de cumplir 94 años de edad, Andrés Ruiz Delgado, director de Diario de Las Palmas en los años 60 y 70, y, posteriormente, de El Eco de Canarias, expiró en el Hospital Dr. Negrín, a consecuencia de las complicaciones derivadas por una fractura de cadera que le llevaron al quirófano.

Sus restos fueron incinerados ayer tarde en el Tanatorio San Miguel. “Hay que aceptar las órdenes de Dios con paciencia”, respondía con serenidad su viuda, María Teresa Afonso, a cuantos se acercaban a mostrarle su pesar, en presencia de sus hijos Andrés, Milagrosa, Pablo, Gloria, Carlos y Sergio

La noticia de su óbito ha cogido por sorpresa durante el fin de semana a varias generaciones de periodistas que habíamos trabajado junto a él y a sus órdenes. Pese a su edad avanzada, mostraba una agilidad y fortaleza admirables. Su lucidez de análisis perduró más allá del tiempo transcurrido, como demostraba en sus asiduas colaboraciones en el periódico LA PROVINCIA-Diario de Las Palmas hasta fecha muy reciente. Sin desdeñar la actualidad, hurgaba a menudo en sus recuerdos, salpicándolos con disquisiciones filosóficas, que sus fieles lectores valoraban.

Debo confesar que siento su pérdida como la de un amigo, aunque lo que hubo entre ambos, tanto en el ámbito profesional como fuera del mismo, fue estrictamente una relación correcta y leal, de mutuo aprecio. También de agradecimiento por mi parte. Significó un apoyo decisivo en mis inicios como periodista, igual que para otros jóvenes de la época. Nos brindó su total apoyo, asesoramiento y sabios consejos. Instaba de modo preeminente al rigor y a la prudencia. Empleaba el trato de “usted” con casi todos. Contextualizado en su época era una expresión de respeto, pero no de frialdad o distancia.

Me abrió hueco y confió responsabilidades en el Diario de Las Palmas que pilotaba aún a finales de los años 60. Dirigía una redacción variopinta y entrañable. En ocasiones, compleja por la disparidad ideológica de sus miembros, en tiempos que se avecinaban convulsos, tras el Mayo francés del 68 y el inicio de la actividad terrorista de ETA en España, que alcanzaría su punto culminante con el asesinato del presidente Carrero en diciembre de 1973, con Franco todavía en El Pardo.

No es difícil recordar la estructura medular de aquella Redacción dirigida por Andrés Ruiz Delgado. Formaban parte de ella, entre otros, José Carlos Mauricio, que simultaneó el oficio con el de dirigente del Partido Comunista de Canarias en la clandestinidad, hasta ser detenido por la policía. Luis García Jiménez, periodista “todoterreno”, sin recambio y el único que hablaba inglés con soltura. Pedro Perdomo Azopardo, autor de “La Italia Roja y Negra”. El inolvidable Fernando Díaz Cutillas, con su “Chismografía leve”, y jefe de Deportes. Gregorio Martín Díaz, a cargo de Sucesos, y  cultivador de un teatro costumbrista canario. Fernando Ramírez, diseñador, y en sus ratos libres, poeta. Pepe Ferrera Jiménez, el periodista del Puerto; se consagró con una entrevista a Pablo Neruda en el camarote del barco que trasladaba al poeta chileno de América a Europa. Antonio Ojeda Frías, años más tarde redactor jefe de Cambio 16, un semanario que dejó huella en el periodo último del franquismo a la democracia. A estos nombres destacados hay que sumar los de los fotógrafos Juan Gregorio, Juan Santana y Alamo Montañés.

Poco tiempo después llegarían otros profesionales de no menos lustre. Oscar Falcón Ceballos, una pluma incisiva y brillante, incitada a menudo por su amigo Néstor Alamo, cuya complicidad no disimulaba. Sebastián Sarmiento Domínguez, polivalente en todas las trincheras de la información. Juan Trujillo Bordón, procedente de El Eco de Canarias, y Alfredo Herrera Piqué, con debilidad por la Historia y la Arquitectura, ambos incorporados en los años 80 a la política con el PSOE; el primero como consejero en el Cabildo de Gran Canaria, y el segundo como senador. Otra novedad fue Lilián Ordiéres, de nacionalidad uruguaya, la primera mujer incorporada en esta segunda etapa de Diario de Las Palmas.

No eran menos relevantes los corresponsales de la época. Gerardo Jorge Machín, en Fuerteventura, y Agustín Acosta en Lanzarote. Y un muy joven Diego Talavera Alemán se inició con noticias de su municipio de Telde; décadas después alcanzó la dirección de LA PROVINCIA.

El cuadro de colaboradores no desmerecía. José Mauricio, padre del conocido político y ex portavoz de CC en el Congreso, era el responsable de las páginas especiales dedicadas a la Agricultura. Prolongada en el tiempo fue su campaña contra el presidente de la CREP, José Naranjo Hermosilla y procurador de las Cortes franquistas. Una campaña que difícilmente se hubiera sostenido sin la “bendición” del entonces dueño de la empresa periodística, Matías Vega Guerra, que acabó su fulgurante carrera política como presidente de la Junta de Obras del Puerto de Las Palmas, después de haber sido presidente del Cabildo de Gran Canaria, gobernador civil de Barcelona y embajador de España en Venezuela.

El escritor y poeta Orlando Hernández, el crítico musical Agustín Quevedo, y el insustituible Eduardo Millares, alias Cho Jua, con sus viñetas de castizo humor canario, completaban, con Jesús Gómez Doreste y Eugenio Canalich Canaletti, la nómina de unas firmas que aportaban sal y pimienta a aquel periódico pilotado por Andrés Ruiz Delgado, cuando empezaba a percibirse un fuerte auge de los publicaciones matinales y un largo ocaso para las vespertinas, como era el caso de Diario de Las Palmas, hasta su fusión con LA PROVINCIA a finales de los 90.  El nacimiento y desarrollo  de la televisión, así como otros progresos y circunstancias, impusieron un cambio de tendencia horaria a los lectores,  en detrimento de la prensa de tarde.

Dirigir aquel equipo humano en el que predominaba el componente ideológico de izquierda, incluyendo al luego subdirector Luis García Jiménez, no era fácil para un periodista como Andrés Ruiz, evidentemente conservador y coherente con su orígenes e itinerario profesional, pero a la vez respetuoso con pensantes distintos y opuestos.  La vigencia del franquismo y su censura en los medios de comunicación añadía más dificultades al director.

Pese a todo, puso su máximo empeño y sensatez para hacer el periodismo que le permitía aquel tiempo con los mimbres que tenía, eludiendo confrontaciones arriesgadas con una Dictadura siempre dispuesta a sancionar y advertir con el cierre a los medios críticos o combativos en exceso.

Merece apuntar, finalmente, que una deliberada sobriedad de estilo al escribir, sensibilidad y disposición siempre a escuchar, conformaron el quehacer profesional y la faceta más humana de Andrés Ruiz Delgado.

Aquellos que hoy lamentan su desaparición, quizás encuentren consuelo en las palabras de Elisabeth Kübler-Ross, doctora en Medicina y Psiquiatría, y figura mundial en la cuestión de la mortalidad y su triste proceso. “Morir es trasladarse a una casa más bella; se trata sencillamente de abandonar el cuerpo físico como una mariposa abandona su capullo de seda”.

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