Entrevista en 2015 a Alejandro del Castillo, Conde de la Vega Grande. Foto: LP / SABRINA CEBALLOS

– Juan Carlos de Borbón le anticipó, con Franco aún en el poder, que ejercería de Rey de todos los españoles sin exclusión
– El aristócrata tropezó con el ego de los arquitectos al tratar de dar un sello canario a sus promociones inmobiliarias y turísticas
– Cuestionaba la moratoria en el sector, defendiendo la ley de oferta y demanda del mercado también para la construcción
– No quería acordarse de su tinglado empresarial, con cinco mil trabajadores en otro tiempo, que le impedía incluso dormir

Amado Moreno

Alejandro del Castillo Bravo de Laguna, conde de la Vega Grande de Guadalupe, evitó casi siempre la sobreexposición mediática. No rehuyó pero sí dosificó sus manifestaciones públicas, que a menudo le demandaban los medios en razón del liderazgo empresarial que ejerció con cinco mil trabajadores en sus distintas empresas (Construcción, Hostelería y Agricultura) durante una etapa de su vida. Tuvo también un protagonismo social en la Cultura, una veces como mecenas y otra como presidente de la Asociación de Amigos de la Ópera. Esta circunstancia le permitió hacer de anfitrión y amigo en Gran Canaria de figuras como Leonard Bernstein, no olvidando que fue su cómplice más importante para hacerle soñar con un Palacio de Congresos en Maspalomas.

Mis recuerdos suyos se limitan a dos encuentros estrictamente profesionales, sin límites de reloj, para sendas entrevistas que vieron la luz posteriormente en LA PROVINCIA-Diario de Las Palmas. La primera de ellas en el año 2002, como parte de una serie con motivo del 25 aniversario de las primeras elecciones generales tras la muerte de Franco, se desarrolló en su pequeño taller de pintura del domicilio familiar de Vegueta. La segunda se produjo en febrero de 2004 en su oficina de trabajo de la calle Doctor Chil, al cumplirse los cuarenta años del lanzamiento turístico de Costa Canaria en San Agustín, proyecto del que fue pionero.

En ambas citas, Alejandro del Castillo se mostró con igual talante. Prudente, sin recelos, sencillo, cercano sin excesos, desprovisto de impostura, sincero al desvelar confidencias y su pensamiento obviamente conservador en algunas cuestiones. Su fe monárquica era una divisa. No defraudó. Aportó titulares que hoy cobran actualidad, tras su reciente fallecimiento a los 91 años de edad.
Con satisfacción indisimulada, pero moderada, recordó sus dos recepciones a Juan Carlos de Borbón, ambas cuando Franco aún estaba en el poder. La primera vez tras una escala del buque Juan Sebastián Elcano en la Base Naval de Las Palmas, donde viajaba como guardiamarina: “Le cedí mi Jaguar automático para su estancia y me confesó entusiasmado que era el primer modelo que conducía”.

Años más tarde, todavía Príncipe, Juan Carlos de Borbón visitó de nuevo Gran Canaria en compañía de la princesa Sofía y sus hijos Felipe, Elena y Cristina, quedando alojados en el hotel Maspalomas Oasis, propiedad del Conde de la Vega Grande. Uno de los días de su estancia transcurrió en el poblado del Oeste del Cañón del Águila.

Aprovechando que su esposa y sus hijos montaban a caballo, Juan Carlos de Borbón decidió tener una conversación a solas con Alejandro del Castillo en el interior del Rolls Royce de éste. El testimonio del aristócrata canario no tiene desperdicio para incorporarlo a la pequeña o gran historia del tránsito de la dictadura a la democracia en España:

“Mucha gente pensaría que Don Juan Carlos iba a seguir una política parecida a la de Franco. Sin embargo, el entonces Príncipe me confió que tenía claro lo que iba a hacer, y algunos de los pasos que daría después. Me dijo: Cuando yo llegue al trono voy a ejercer de Rey de todos los españoles sin exclusión. Reinaré, pero no gobernaré. Quiero que mi país sea un estado democrático”, le escuchó Alejandro del Castillo. Reconoció luego que le había impactado la forma categórica en que el futuro jefe de Estado se había expresado acerca de sus propósitos cuando accediera al trono.

Aunque se sentía cómodo con las libertades democráticas, el conde de la Vega Grande lamentaba los elevados índices de criminalidad en el año de la entrevista periodística. El apunte facilitó preguntarle por su temor y previsión de llevar escolta.

“Cuando secuestraron a Eufemiano Fuentes, la Guardia Civil me alertó, motivando que durante una temporadita yo llevara escolta -recordaría-. Menos mal que no fue durante mucho tiempo. Es de lo más incómodo. Constantemente tenía que cambiar de recorrido. Prefiero que me maten a vivir con guardaespaldas”.

La muerte del industrial Eufemiano Fuentes seguía siendo una interrogante para él: “Creo que la verdad no se sabe, ni se sabrá. Por supuesto que yo tengo mis reservas sobre la versión oficial”, afirmó.

Como empresario e impulsor del sector turístico en el Sur de Gran Canaria, Alejandro del Castillo se retrató y nos dejó otras “perlas” en una segunda entrevista en el año 2004.

“Yo intenté dar un toque canario a lo que promovía, pero fue imposible”, sostuvo con patente decepción. “Siempre tropecé con la oposición de los arquitectos -puntualizó-. Algunos me respondieron que encarecía el proyecto. En realidad lo que pretendían era dejar en las obras su sello personal. Lo canario no parecía relevante para ellos”.

Tampoco se mordió la lengua a la hora de rechazar la polémica moratoria turística: “Estamos en una economía de mercado. Si hay demanda ¿por qué se va a frenar la construcción?”, preguntaba.

Por último, no dudó en desmentir cualquier tipo de añoranza de su remoto pasado como empresario: “Prefiero no acordarme del tinglado que tenía hace unas décadas, con cinco mil trabajadores en las distintas empresas ¡Mi madre! Muchas veces ni dormía. Ahora, con menos, vivo más tranquilito”.

Es como parece haberse ido en su adiós terrenal Alejandro del Castillo Bravo de Laguna, personaje de convicciones religiosas. Su trayectoria vital puede ser ya evocada como intensa y con aportaciones sobresalientes y no desdeñables al progreso de Gran Canaria en lo económico y en lo cultural. Descanse en paz.

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*Publicado en La Provincia el 4 de mayo de 2020.