El maestro que nacido en Gáldar, dejó su huella educativa en La Aldea, Agaete y Guía, su lugar de residencia
Irradiaba un amor extremo por la vida, anclada ésta en la Educación y en la Cultura
Amado Moreno
Entre las acertadas iniciativas promovidas recientemente por el Casino de Gáldar con motivo de su 175 aniversario ha estado la velada musical de homenaje a Pepe Mejías (marzo de 1942-marzo de 2021), apenas quince meses después de su fallecimiento en una clínica de la capital grancanaria, cuando estaba a punto de cumplir 79 años. Su muerte fue sentida particularmente en cuatro municipios en los que dejó su huella de docente vocacional, amante de la cultura y el deporte: en la Ciudad de los Guanartemes, lugar de su nacimiento; en Guía de Gran Canaria, donde fijó su residencia tras contraer matrimonio con Luz Marina en 1972; en La Aldea de San Nicolás, su primer centro escolar como maestro, y en Agaete, la villa en la que, además de ser distinguido como Hijo Adoptivo en 2006, ejerció la enseñanza durante décadas hasta jubilarse, al cumplir 60 años.
La velada musical del fin de semana en su memoria se tradujo en una demostración masiva de afecto a la figura desaparecida. Contó con la presencia de su viuda, Luz Marina, que recibió un cuadro de manos de Antonio Bolaños, presidente de la entidad, con la imagen de su esposo, obra de Chary de Alba. Al homenaje se sumaron el hermano menor, Luis Mejías, y un plantel de amigos que ofrecieron lo mejor de su calidad artística en correspondencia al apoyo que Pepe Mejías les dio en los inicios de sus carreras. María Nati Saavedra, Aridia Ramos, Puri Calcines, Antonio Marín, Mery Ojeda, Chary de Alba, Crisol Estévez, Ana Gil, Antonio Sosa y Néstor León protagonizaron emotivas actuaciones, con Iván Brito y Eduardo Corcuera al piano.
“Pepe fue un protector de valores musicales”, había remarcado en la presentación del acto su fiel colaborador y amigo desde la infancia, Juan Carlos Sosa. Enumeró otros rasgos de su personalidad como su alergia a honores y distinciones: “Las aborrecía muchísimo. Amaba la sencillez. Era gran observador y agudo cronista, con retranca, dejando siempre su impronta. No fue un hombre cualquiera. Su huella es indeleble. Pepe tiene que estar orgulloso de lo que sembró porque ha germinado”.
La deriva musical de Pepe tuvo su origen en el propio ambiente familiar. Su padre, Juan Mejías, además de regentar un taller de relojería en la calle trasera de la iglesia de Guía, que años después continuaría gestionando su hijo mayor, Juan, fundó la popular Orquesta Mejías, animadora de multitud de eventos grancanarios, incluso deportivos. Más de una vez sería convocada al viejo Estadio Insular para espolear a la afición en partidos trascendentales de la UD Las Palmas.
Los tres hijos varones fueron aleccionados en una educación musical. El mayor era pianista de la orquesta, y Pepe, vocalista del mismo grupo por un tiempo. Sin embargo, ya había dado señales de carácter en su niñez, rechazando al profesor de piano que le había asignado su padre, tras recibir las primeras clases. Alardeó el resto de su vida de ser un autodidacta de tal disciplina. Por cierto, con meritorio éxito entre la gente que le seguía y apreciaba.
“Contigo en la distancia” fue una melodía muy recurrente en su repertorio, con la que parecía levitar. Su icono sería siempre Frank Sinatra. Dirigió dos programas musicales en Radio Gáldar: “Extraños en la noche” y “La hiedra”, dedicado este último especialmente al bolero. Aunque gustaba de todos los géneros, incluida la bossa nova, tenía predilección por el jazz puro.
Cinéfilo absoluto, frecuentaba las salas y los estrenos poniendo fino oído a las bandas sonoras de las películas para luego ensayarlas en su piano con una habilidad admirable. En los últimos años era un habitual de la mejor cartelera del Monopol. Sus películas favoritas: “El Padrino” y “El silencio de los corderos”.
A lo largo de su trayectoria cultivó otras pasiones como el ajedrez y el fútbol. Impulsó las competiciones ajedrecísticas en el Noroeste, y resultaría clave en la creación del Club Caballo Blanco en Gáldar.
En fútbol, siendo la UD Las Palmas su principal referente como seguidor amarillo, curiosamente no le iba a la zaga en devoción su Ath. Bilbao, de cuyos futbolistas llegó a ser anfitrión en los años 60 y 70 del pasado siglo, desarrollando una relación de profunda amistad con Iríbar, Uriarte e Iñaqui Sáez. En la primera ocasión que tuvieron, los trasladó a Arucas para una ofrenda floral en el cementerio donde descansaban los restos de Tonono, con anterioridad compañero de los bilbaínos en la selección española.
La andadura de Pepe Mejías en su diversidad de facetas parece irradiar un temperamento y amor extremo por la vida, anclada ésta en la cultura, en el conocimiento y la educación exquisita. La lectura, otra de sus adicciones, contribuyó a que tuviera una visión amplia de la realidad para juzgarla con equilibrio, esperanza y hasta con alegría. No en vano, uno de sus últimos libros de cabecera era “¡Pues vaya”, de P.G. Wodehouse (1881-1975), autor británico de las mejores novelas cómicas de su tiempo porque “su mundo idílico no pasará nunca y lo ha creado para que vivamos y nos divirtamos en él”, como anotó un crítico londinense. Es el mundo que posiblemente amaba también Pepe Mejías y por el que lucharía.
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*Publicado en La Provincia el 6 de julio de 2022.