Pudo ser entrenador de la UD Las Palmas. Pero Alfredo Di Stéfano, uno de los futbolistas más geniales en la historia del balompié (con Pelé, Cruyff, Beckenbauer y Maradona), declinó la oferta del club amarillo, pese a su admiración declarada por el fútbol canario, su cantera y sus figuras. Jesús García Panasco, inolvidable secretario técnico de la UD en  las décadas de los 60 y  los 70, se vio oblligado a optar por otra alternativa, a la postre exitosa, ante la negativa de Di Stéfano.  El acuerdo con la estrella argentina fracasó no por razones deportivas o económicas. Fracasó porque el conocido como la Saeta Rubia le confesaría su pánico a utilizar regularmente los aviones. La UD volaba cada dos semanas a la Península para cumplir con sus compromisos, y luego regresar. Era demasiada pesadilla  para el técnico argentino. En cambio, los equipos peninsulares preferían entonces el ferrocarril o el autocar. Recurrían al ineludible avión cuando eran desplazamientos muy largos o había que cruzar el océano.

Di Stéfano tenía fundados temores al transporte aéreo. Siempre evocaba una de sus experiencias más inquietantes, una travesía de Bogotá a Lima con escala en Ecuador, cuando pertenecía al Millonarios o “Ballet Azul”:  “Nos dirigíamos a Quito, y nos entró cierto miedo volando con tormenta y entre las tinieblas. La hora de aterrizar pasaba y no veíamos ni montañas, ni casas, ni aeropuertos. Por fin, el stewart del avión nos explicó que el piloto había intentado encontrar un claro de aterrizaje en Quito y que en vista de la imposibilidad de hallarlo, se dirigía a Esmeralda, pequeña población petrolera, a hora y media de la capital ecuatoriana, junto al mar, a cargar gasolina, pues se estaba acabando. ¡Excuso decir lo que nos impresionó tan “grata” noticia! Ya en Esmeralda, el avión dio una vuelta sobre unas casas y entró a aterrizar. ¡Otro susto! La pista se hallaba al lado del mar, y al tomar tierra el avión se levantó una nube de agua, lo que hizo que durante unos instantes nos encomendáramos a Dios, creyendo que habíamos caído sobre las olas. Afortunadamente se debió a que la pista se había quedado inundada por la lluvia”.

CONTRARIO A TENTAR A LA SUERTE. No fue menor el susto al aproximarse  al  aeropuerto de Lima al día siguiente. Una densa niebla impedía todo intento de aterrizaje. “Nos pusimos lívidos”, reconoció Di Stéfano después. “Constantemente nos acercábamos a la cabina de mando del avión a preguntar. Durante más de cuarenta minutos dimos vueltas y más vueltas sobre la capital sin conseguir hallar un claro propicio para tomar tierra. Por último, desistimos y nos dirigimos al poblado de Pisco, donde aterrizamos a las dos y media de la noche”.

Ya instalado en Madrid, a partir de 1953,  al ser interrogado  por una visita inmediata a Buenos Aires, el futbolista no oculta su miedo irreprimible: “Ya me gustaría, por volver a ver a mis viejos”, responde. “Pero me molesta el avión. Ya tengo encima ciento de miles de kilómetros por el aire. No quiero tentar más a la suerte”.

La tentativa de fichar a Di Stéfano entrenador estaba plenamente justificada en equipos modestos, como era el caso de la UD Las Palmas. Consideraban un aval de máxima garantía y rentabilidad el fichaje de esta figura. Sin embargo, su leyenda como futbolista no era suficiente para los grandes clubes. Valencia, Sporting de Lisboa, River y Real Madrid accederían a su fichaje como técnico, después de comprobar su paso por el Elche y Boca Juniors. Fueron reticentes a probarle en un primer  momento para el banquillo porque percibían su reiterada independencia de criterio ante cualquier jerarquía, virtud que confundían con una supuesta soberbia personal. “No soy, como algunos creen, un jugador mercantilizado”, replicaba. “Me dediqué al fútbol no porque lo necesitara, ni para hacer fortuna, sino única y exclusivamente porque me gustaba jugar. Ahora bien, una cosa es llevar dentro un amateur, y otra permitir que humillen tu orgullo de hombre y de jugador, negándote incluso aquello que en justicia mereces”, enfatizó.

En parte, esa recia personalidad dentro y fuera del terreno de juego, además de su  edad (recién cumplidos los 37 años), precipitaría finalmente su salida del Real Madrid, en 1964, tras perder (3-1) con el Inter de Milán la final europea. El presidente Santiago Bernabéu, aconsejado por su entrenador Miguel Muñoz (al que Di Stéfano culpó en gran parte de la derrota ante los italianos), señaló la puerta de salida al astro argentino, nacionalizado español.

Felo, el jugador canario que entonces defendía también los colores del conjunto merengue en aquella competición europea, puede aportar más detalles sobre las  diferencias técnicas que visualizaron Muñoz y Di Stéfano a la hora de adjudicar las responsabilidades de la derrota en la final con el Inter de Luis Suárez, por cierto, el único español que ha logrado el balón de oro hasta hoy.

DEFENSA DE LA CATEGORIA INFANTIL. El talento de Di Stéfano con el balón era tan incuestionable para todos como su fuerte carácter y mordacidad irónica. Una impresión que ratificó en las sendas conversaciones que compartimos ampliamente. La primera, en el año 1973, tuvo lugar a orillas del Mediterráneo, en el Parador Nacional de El Saler, concentración habitual del Valencia, al que hizo campeón de Liga. La segunda, años después en el hotel Reina Isabel de Las Palmas de Gran Canaria, teniendo de testigo a su ex compañero y ex portero del Real Madrid, el canario Antonio Betancort.

En esos dos encuentros que nos concedió para Diario de Las Palmas, Alfredo Di Stéfano no defraudó con sus opiniones, la mayoría contundentes, fundadas en su intensa experiencia profesional. Un palmarés plagado de éxitos, en el que sobresalían ocho títulos de la Liga de España, cinco copas de Europa consecutivas y una Intercontinental, con el Real Madrid. Seis veces internacional con Argentina y 31 con España, indepndientemente de sus títulos con el River y el Millonarios.

“Hay que cuidar el fútbol desde infantil, pero es difícil. Todo el mundo quiere figuras”, lamentaba Di Stéfano durante nuestra charla en El Saler, cuando ya entrenaba al Valencia de Pepe Claramunt, Keita, etc. “Lo mejor es dedicarse a entrenar infantiles. Es más gratificante y menos problemático”, añadió para sorpresa de su periodista interlocutor. Tampoco disimuló cierta nostalgia, al sentenciar que “los jugadores de hoy carecen de la capacidad de sacrificio que teníamos los de antes”. Cuando decía esto, España había logrado ya su primera Eurocopa en el Bernabéu ante Rusia (2-1) en el año 1964. Y décadas más tarde, otras dos de la mano de Luis Aragonés y Vicente del Bosque, que sumó también el título mundial conquistado en Suráfrica.

 
ALFONSO SILVA Y LUIS MOLOWNY. Su reconocimiento al fútbol canario y a sus figuras fue casi una constante, cuando era interpelado al respecto. Con el Millonarios de Bogotá, campeón de Colombia, Di Stéfano pisó por vez primera el Estadio Insular grancanario el 26 de marzo de 1952 para caer ante la UD Las Palmas. “De Valencia fuimos en un avión a Las Palmas a jugar un partido”, contaba años más tarde. “Aquello era muy lindo y pintoresco. Gran expectación y, ante la sorpresa general, perdimos. El resultado, absurdo a todas luces, se debió a un exceso de confianza por nuestra parte. Días antes habiamos visto jugar a los canarios y nos defraudaron, por lo que salimos al campo con la convicción de que sería un paseo. Cosas del fútbol. Jugaron con habilidad y suerte y nos derrotaron”. Nunca escatimó elogios a la técnica natural del futbolista isleño. No sólo  se rendía ante  viejas y eternas referencias como Silva y Molowny,  también lo hizo con Mujica, Miguel, y las otras posteriores: Tonono, Guedes y Germán, además de Betancort y Felo, con los que coincidió en el Real Madrid.

“Silva y Molowny eran jugadores mucho más técnicos que los restantes, pero con la característica, no sé si de ahora o de siempre, de adolecer de cierta frialdad. Cuando les falla alguna jugada, se deprimen y se dejan llevar por el juego en vez de dirigirlo; pero capaces ambos de decidir cualquier partido cuando sacan su extraordinaria clase a relucir”.  Tenía claro que había dos canteras en España de distinto sello, la  canaria y la norteña: “Aunque en ambas existen valores semejantes, la diferencia es marcadísima. Por lo general, el fútbol canario es más preciosista y tanto más efectivo que el norteño, de pases largos, sencillo y veloz. El fútbol canario es casi igual al de Sudamérica”.

Di Stéfano hizo estas confidencias a Rafael Lorente para un libro sobre su vida, editado en 1954.  Una joya editorial que descubrimos por casualidad a principios de los 80 en el stand de una feria dedicada al libro viejo en el centro de Caracas. La misma capital en la que, curiosamente, el futbolista hispano-argentino fue secuestrado el 20 de agosto de 1963 por el denominado Frente de Liberación Nacional de Venezuela. El Madrid había acudido allí para disputar la Pequeña Copa del Mundo de Clubes. Los secuestradores, tras conseguir el golpe propagandístico internacional que pretendían, liberaron y abandonaron a Di Stéfano en las inmediaciones de la embajada de España, regentada entonces por el político canario, ex presidente del Cabildo de Gran Canaria y ex gobernardor civil de Barcelona,  Matías Vega Guerra, que lo recibió con la satisfacción imaginable, tras 48 horas de angustia.

IDOLO DE GENERACIONES. Es comprensible que hoy varias generaciones ya mayores sientan la desaparición de su indiscutible ídolo deportivo en otros tiempos. Muchos, niños en aquella época, soñábamos con ser Di Stéfano algún día, y otros como Kubala. Quizás delirábamos. Pertenecíamos al grupo de los que despertamos al fútbol, a finales de los años 50, con la UD Las Palmas de Pepín, Beneyto, Beltrán, Parodi, Larraz, Macario, Juanono y los demás, o con el Arucas de Tonono, el Agaete de Vicente, el San Isidro de Venancio y Moreno, o con el gran UD Guía de Sacaluga, Hermenegildo, Juan Manuel, Chano, Borito, Sigfrido, Juan José y Juan Díaz, dirigido por Pablo Cabrera. Soñábamos con emular a Di Stéfano, no por la mucha “plata” que ganaba. Bastante más allá de esta motivación, nos encadilaban sus proezas deportivas y la belleza artística de su fútbol, que armonizaba a la perfección con su pundonor y espíritu de equipo. Corríamos con ilusión a las salas de cine de la época, interesados no tanto en la película anunciada, como en el No-Do que proyectaba las últimas genialidades de Don Alfredo sobre el “negro” césped del Bernabéu, con la voz inconfundible del veterano maestro Matías Prats.

De convicciones católicas, Alfredo Di Stéfano ha encontrado ahora la paz definitiva, tras su fallecimiento. Muchos le siguen hoy  eternamente agradecidos por la alegría e ilusión que sembró en miles de familias de España y Latinoamérica como futbolista colosal.

*Publicado en La Provincia el 08 de julio de 2014

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