Amado Moreno

La abdicación del rey Juan Carlos, conocida y explicada el lunes día 2 de junio (ayer) ha sido lo equivalente a un bombazo nuclear para la mayor parte de la opinión pública. No así para el presidente del Gobierno Mariano Rajoy,  la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, y el líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, entre otros, que la sabían desde hace semanas, aunque cuentan que el monarca ya la había madurado en el mes de enero, coincidiendo con la fecha de su 76 aniversario.

Lloverán ahora los “panegíricos”, quizás más que las críticas,  sobre su labor como estadista, porque, como recordaba recientemente Alfredo Pérez Rubalcaba, otro que “abdica”, los españoles sabemos “enterrar” bien.  Pienso ahora  que no son pocos los que, aún distantes afectivamente de la vigencia de la monarquía y simpatizando con el modelo republicano, coinciden en valorar que el  reinado de Juan Carlos I durante 39 años  ofrece más luces que sombras.

El legado que heredó de la dictadura pesaba como una losa. Su nivel de popularidad cuando era Príncipe no pasaba del 10 por ciento. No obstante, desde la dirección general de RTVE, Adolfo Suárez logró subirla a un 20 por ciento. Y se colocaría en un 80 por ciento cuando avanzó su reinado. Una acertada estrategia de comunicación e imagen combinada con una labor institucional equilibrada del monarca situaron a éste en la máxima cota de aceptación, incluso para Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista, y uno de sus detractores en tiempos pretéritos.

No es menos cierto que  esa popularidad ha registrado su cota más baja en los últimos tiempos.  A ese deterioro  de la Casa Real y su figura principal han contribuido el escándalo del Instituto Nóos, dirigido  por Urdangarín  y por la infanta Cristina, imputada en el caso, sin desdeñar la polémica cacería de elefantes en Botswana, por lo que Rey apareció ante las cámaras pidiendo perdón públicamente a la ciudadanía en un gesto insólito. Juan Carlos se había marchado a pegar tiros a paquidermos en Africa, cuando tres millones de españoles intentaban e intentan sobrevivir con menos de 400 euros de ingreso al mes. Son dos sombras (no las únicas) más clamorosas de su largo y fructífero reinado.

Relevar a Franco en la jefatura del Estado le reportó  ventajas, pero no menos inconvenientes  para abrir el país a la libertad y a una democracia auténtica como demandaban los nuevos tiempos. Para esa transición contó en el plano interno con un doble “pivote”: Torcuato Fernández Miranda, arquitecto intelectual de ese tránsito político y decisivo en la historia de España y su monarquía, y con Adolfo Suárez,  ejecutor valeroso del plan. Muy significativo la destacada foto de Torcuato en su despacho de la Zarzuela, mientras mostraba ayer a Rajoy su carta de abdicación. Un detalle nada casual.

También fue elocuente el respaldo internacional en ese momento clave de la Transición. El presidente francés Giscard D´Estaing y el canciller alemán Helmut Schmidt, entre otros estadistas occidentales, no faltaron en el acto constitucional de la coronación en Madrid. Tiempo después,  comprobada la firme andadura democrática de España pese a los zarpazos del terrorismo etarra y de los grapos, y pese a las intentonas golpistas , Juan Carlos fue aplaudido en los foros de la ONU, el Congreso de Estados Unidos y la Asamblea Nacional francesa. El sólido prestigio de la Corona española no presentaba grietas.

Ese prestigio se reforzó con su papel en el 23-F, desarticulando el golpe de Estado que había secuestrado a los diputados del Congreso, aunque haya imperado después cierta confusión respecto a su supuesta vacilación  inicial ante la conjura militar. Hay quien sostiene que fue su padre, Don Juan de Borbón, conde Barcelona -al que recordó ayer con afecto en su despedida-,  quien le habría persuadido para no emular el error de su cuñado, el rey Constantino de Grecia, que perdió el trono tras posicionarse con el “golpe de los coroneles” contra la república helénica.

Parece oportuno evocar todos estos antecedentes para ofrecer luces sobre un balance justo de este  personaje de la historia que deja su responsabilidad. Entre esos antecedentes o detalles de su trayectoria no es irrelevante su implicación y sensibilidad con Canarias y sus problemas. Un compromiso que reiteró en sus frecuentes visitas a estas islas y en todas las entrevistas que concedió o le solicitaron los presidentes canarios, desde Jerónimo Saavedra a Paulino Rivero, pasando por Fernando Fernández, Lorenzo Olarte, Manuel Hermoso, Román Rodríguez y Adán Martín. Cuando las puertas de La Moncloa permanecían cerradas a algunas de las reivindicaciones canarias, los presidentes de las instituciones de este Archipiélago siempre encontraron abiertas las de la Zarzuela para escuchar y para responder. Difícilmente será desmentido este hecho por los interlocutores canarios del monarca.

La cercanía y espontaneidad de Don Juan Carlos favorecía esa interlocución. En su pateo por ciudades y villas de Canarias, aún no olvidan en Gáldar su primera visita como Príncipe en 1973 junto a Doña Sofía. En la ciudad de los guanartemes estampó su firma en el libro de honor del Ayuntamiento para mostrar su agradecimiento “a la Real Ciudad”. La pareja volvió como reyes en 2006, pasados ya 33 años,  para inaugurar la recuperada Cueva Pintada, conocida como la Capilla Sixtina de los aborígenes canarios. Tuvieron de anfitriones institucionales para la ocasión  al presidente del Gobierno regional, Adán Martín, y al presidente del Cabildo grancanario, José Manuel Soria, mientras López Aguilar, titular de Justicia, ejercía de ministro acompañante.

En otras dos de sus visitas algunos periodistas tuvimos el privilegio de compartir unos minutos con los reyes en el hotel Santa Catalina de la capital grancanaria. El Rey mostró curiosidad en uno de estos encuentros por los índices de lectura de prensa y por las cifras de difusión que entonces se manejaban, demostrando mayor interés por la cabecera líder y por la identidad de su director, obteniendo como respuestas los nombres del periódico La Provincia, Melchor Fernández, respectivamente. Guillermo García-Alcalde, exdirector del rotativo y director general de Prensa Canaria, empresa editora, estaba presente en el mismo círculo de la conversación.

El otro encuentro con la pareja real permitió alternar más detenidamente con la Reina Sofía.  A preguntas de algunas invitadas no dudó en hacer una defensa entusiasta de la inteligencia de Letizia, así como de su comportamiento como nuera y esposa de su hijo, el Príncipe, llamado ahora a reinar como Felipe VI, tras la abdicación anunciada ayer por su padre, Juan Carlos I.

(Texto publicado en el periódico La Provincia-Diario de Las Palmas el martes 3 de junio de 2014)

 

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