Consideraciones y recuerdos con motivo de la obra “El silencio de sus soledades”, firmada por Manuel García Morales

Fue presentada en la casa museo del artista en Gáldar, con participación de su sobrina María Victoria Padrón Martinón

Amado Moreno

Si escribir es vivir, como sostenía Flaubert, tan meticuloso siempre con su literatura para encontrar la palabra adecuada y producir su obra inmortal Madame Bovary, posiblemente no nos equivocamos al asegurar hoy que para Antonio Padrón “pintar también es vivir”.

Llegaremos sin dificultad a la misma conclusión  tras la lectura del texto, no exento de calidad literaria, que ahora nos regala el profesor Manuel García Morales. Relato fronterizo con el ensayo, fundamentado en la impagable documentación de la tesina suscrita por María Victoria Padrón Martinón, sobrina del artista canario. Apelo y pongo el acento deliberadamente en la condición canaria de Antonio Padrón pues la lleva impresa en su obra. Fue esa una prioridad tan suya, al extremo que respondió con  cierta indiferencia ante algunos reclamos de admiración para que su arte  trascendiera los límites del localismo galdense y los del Archipiélago.

La pintura, ligada a su tierra insular y a las tradiciones ancestrales, habría de ser la verdadera savia de Antonio Padrón. Más de una decisión suya estuvo motivada por esta preeminente y peculiar querencia artística. Tal es así que le induciría a incumplir, por ejemplo, un compromiso adquirido con el ejercicio de la docencia en el instituto de Guía. Lo describe el trabajo creativo de Manuel García Morales, oscilante entre la realidad y la ficción, que se presenta en este acto.

El curioso episodio me retrotrae a una vivencia personal cuando me iniciaba con 21 años en la plantilla de Diario de Las Palmas. Tres años después de la muerte del artista, yo –disculpen que comunique en primera persona, sin ánimo de hurtar el protagonismo que corresponde a los demás intervinientes-, tuve la suerte o el privilegio de asistir a la apertura de esta casa museo, en mayo de 1971, para firmar posteriormente la crónica del evento en el periódico vespertino.

 La experiencia  no pudo ser más gratificante en lo humano y profesionalmente. Entre otras satisfacciones, todas emotivas, me deparó la confidencia directamente de Luis Cortí, entonces director del Instituto de Guía, y que luego se reprodujo íntegramente en la publicación.

Considero oportuno evocar ahora su versión literal, en la medida que fue el  interlocutor de Antonio Padrón en aquel lance surgido en la trayectoria del pintor. Cortí narra con matices el encuentro en el que se consuma el frustrado ingreso, después de haber aceptado la propuesta para enseñante del arte que dominaba.

“Aún recuerdo aquel profesor de Bellas Artes de la Academia de San Fernando, Antonio Padrón, –me confesaría el que seguía siendo director del centro guiense-. Llegó a nuestro instituto para prestarnos sus servicios, imbuido en un noble afán de colaboración, como un verdadero maestro. Mas, de pronto, arrastrado por su innata vocación, nos recuerda (Antonio Padrón) que necesitaba la luz del día para cumplir su misión, la suya, la verdadera, y esta se vería imposibilitada si se dedicara a la docencia”.

“No olvido el tacto exquisito con que nos lo hizo ver, poco menos que disculpándose ante esta rápida despedida”, escuché decir también a Cortí, antes de finalizar reconociéndome que en toda la obra de Antonio Padrón veía el pincel de un hombre serio, enterado de las diversas técnicas, “pero que creó una tan suya, tan de su tierra –subrayaría- que sin querer, sin presentirlo, saltó las barreras del tiempo”, debiendo ocupar en consecuencia el puesto que merece en el mundo pictórico nacional e internacional, a su juicio.

María Victoria Padrón, Manuel García Morales y Amado Moreno
María Victoria Padrón, Manuel García Morales y Amado Moreno

Otros invitados en mayo de 1971 a aquel mismo  acto inaugural de esta casa, en la que hoy celebramos lo que celebramos de este pintor que renunció a los cantos de sirena del arte mercantilizado en Paris, por amor a su tierra y a su singular arte, abundaron en  elogios para Antonio Padrón, incorporados luego a  nuestra crónica periodística. Merece la pena rescatarlos para este instante:

Juan Rodríguez Doreste: “Es una de las figuras más conspicuas del arte canario”.

Felo Monzón: “Junto con Zabaleta, Antonio representa las dos posturas más meritorias del expresionismo nacional”

Néstor Álamo: “Es la primera vez que en las artes de las islas se incorporan los elementos antropomórficos de nuestros antepasados”

Justo Jorge Padrón: “Un hombre que ha sabido aglutinar con su arte y bonhomía a los más dispersos caracteres”.

Ellos y otras personalidades del mundo de la cultura y de las instituciones se dieron cita aquel día en esta casa museo, convertida felizmente con el paso de los años en referente de primer orden en el conjunto de la oferta monumental y artística que luce la ciudad de Gáldar.

Un estudio inédito de la figura y obra de Antonio Padrón por su sobrina María Victoria Padrón Martinón vería la luz años más tarde, en 1981, con respaldo del Cabildo de Gran Canaria. En el afán de alcanzar el mundo del pintor y tío suyo, María Victoria culmina una laboriosa recopilación de impresiones y datos. Un conjunto de obligada lectura para aproximarnos a  las claves de su andadura vital, sus debilidades y fortaleza, su manifiesta vocación y tendencia artística, con el paisaje y el costumbrismo canarios como elementos imprescindibles. En definitiva,  el entorno y los factores que sirvieron al artista galdense para crear “un mapa espiritual de Canarias”, en definición de Juan Ismael a María Dolores de la Fe para el rotativo LA PROVINCIA en junio de 1970.

Celso Martín de Guzmán narra en una columna periodística suya en marzo de 1990 cómo quedó anonadado con la erudición de Antonio Padrón sobre la variedad de estilos pictóricos, en particular los de Zurbarán y Velázquez. Ocurrió durante un encuentro casual entre ambos, en las cercanías de esta casa, y en cuya planta baja trabajaba su colaborador don José Domínguez, para el montaje de los bastidores de sus cuadros.

“Descubrí entonces que no solo estaba ante un artista sino ante un profesor que conocía , en todo su calado, el fenómeno del Arte”, sentencia Celso en su escrito.

Dicho todo lo anterior, que no es poco ni mucho, pero sí revelador y significativo por la relevancia que voces cualificadas y diversas conceden a Antonio Padrón, puedo afirmar que descubrirán mucho más del artista en esta obra que firma Manuel García Morales con estilo pulcro, donde no resulta fácil distinguir la ficción de lo real, por la delicadeza con que disecciona la investigación de María Victoria Padrón sobre su tío Antonio. Afronta esa tarea con una habilidad literaria que sugiere interpretar que estamos ante unas “Memorias” dictadas por el propio pintor galdense.

La inspiración del autor parece acertar también con el título de su obra: “Antonio Padrón: el silencio de sus soledades”, fruto de un cuidadoso análisis de la personalidad del artista, no en vano admirador de literatos como Lope de Vega que, entre otros poemas, nos dejó uno imperecedero: “A mis soledades voy/ de mis soledades vengo/ porque para andar conmigo/ me bastan mis pensamientos”.

No sería extraño que esta lección poética guiara también los pasos en la vida de Antonio Padrón, aunque en su caso introduciría quizás una ligera variante  en el último verso, para precisar que le bastaría la pintura para andar consigo, no los pensamientos, expresión elegida por Lope.

(Texto de Amado Moreno en el acto de presentación del libro Antonio Padrón, El silencio de mis soledades, en la casa museo del pintor galdense en la ciudad de Gáldar, viernes 4 de octubre de 2024).

*Publicado en La Provincia