Dejó atrás los valores tradicionales de un padre terrateniente, y sus años de formación en centros religiosos y burgueses, para convertirse en un líder de la izquierda Año 1941. Los tres hermanos Castro: Fidel, Raúl y Ramón.

“Si a Ulises le cautivaron los cantos de Sirena, a mi me cautivaron las verdades incontestables de la literatura marxista”, confesó en cierta ocasión Fidel Castro en un capítulo de sus memorias sobre su infancia y juventud.

En no menor medida quedó deslumbrado en aquella etapa de su vida por el Manifiesto Comunista, en el que fundamentó durante décadas su pensamiento y acción política, con el autoritarismo propio de un régimen dictatorial que aplasta sin contemplaciones a la disidencia. Foto: Año 1941. Los tres hermanos Castro: Fidel, Raúl y Ramón. LP / DLP
Atrás habían quedado sus años de formación durante su infancia en centros religiosos y burgueses. Atrás quedaban también los valores tradicionales de un padre terrateniente. Abrazó en adelante el Manifiesto Comunista como su “biblia” de referencia. Puntualizaría que no fue adoctrinado por ningún miembro del partido, un comunista, un socialista, un extremista.

Sí le influyeron decisivamente el revolucionario cubano José Martí y los textos de Carlos Marx, reconoció en la misma confidencia editorial. Sigo encontrándome yo entre los muchos que rinden admiración a quienes defienden con firmeza sus ideas, convicciones políticas, éticas o religiosas. Pero esa admiración se diluye y acaba por desaparecer totalmente cuando el personaje no respeta a quienes opinan diferente. Cuando convierte en dogma de fe incuestionable para los demás su ideología y directrices -comunistas en el caso de Fidel-, laminando cualquier intento de debate u oposición a su pensamiento o régimen, en aras de un imaginario estado de bienestar que nunca fue alcanzado, con las excepciones de ciertos avances en Educación y Sanidad, un modelo económico y social absolutamente fracasado, del que Cuba es un ejemplo, y lo fue aún más la antigua URSS, alrededor de la que orbitó la política del líder cubano durante décadas.

Al regreso de un viaje a Moscú, tras la caída del muro de Berlín, el socialista Joaquín Leguina, ex asesor del Gobierno chileno de Allende, resumió con dureza el batacazo de la revolución comunista en la que creyeron no solo Fidel, sino mucha gente incluso de buena fe, persuadidos de que había llegado la hora de “acabar con la explotación del hombre por el hombre”.

El ex dirigente socialista madrileño, de origen cántabro, doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Madrid, y en Demografía por la Sorbona, asegura que la mejor enseñanza que nos dejó el siglo XX es que “los objetivos declarados por las utopías totalizadoras, en algún caso, fueron nobles, pero los métodos totalitarios con los que pretendieron imponerse fueron siempre horrendos y sus administradores criminales”. Reprocha, suscribiendo abundantes críticas al modelo, que en su intento de construir una sociedad sin clases y sin explotación, la utopía comunista amargó la vida a millones de seres humanos “produciendo la mayor máquina de picar carne que la Historia recuerda. Una historia larga y triste”.

La deriva del régimen de Fidel al comunismo pudo sorprender a pocos, o bien a muchos, tras un discurso suyo en un foro internacional negando su pertenencia, recién victorioso con su revolución cubana. Años más tarde desvelaría una de las enseñanzas clave que recibió del marxismo y de su intuición personal. Consideró con indisimulada rotundidad que había que tomar el poder para hacer la revolución, ya que por los caminos tradicionales de la política que hasta entonces se habían seguido “no se llegaba a nada”. Su actuación fue consecuente con semejante conclusión.

En todo caso, con sus aciertos y errores, es indiscutible que Fidel Castro ya ocupa un lugar en la historia de su país y en el ámbito internacional, como protagonista de un movimiento que retó al imperio vecino (Estados Unidos), para aliarse con el de otro extremo (URSS) por afinidad ideológica e interés económico. Su valor para derribar primero una dictadura, la de Batista, y desafiar después las directrices de Washington, explican la aureola de admiración que Fidel suscitó en casi todo el mundo, especialmente en la juventud de su tiempo.

Un fenómeno que se fue apagando a medida que trascendían la pérdida de libertades y la pobreza acentuada y creciente de la población cubana. No constituye un secreto que la muy precaria realidad de la isla es lo que ha impulsado ahora un tímido cambio de rumbo y apertura del régimen de La Habana, incluyendo el histórico restablecimiento de relaciones con EE.UU, su “bestia negra” que, con su decreto de embargo comercial, le ha servido de coartada o de argumento -según la óptica con la que se enjuicie-, para justificar los incumplimientos de una revolución, cuyo balance desalentador no parece recomendarla como exportable para dibujar un futuro mejor de los pueblos.

 

NOTA.- Publicado en La Provincia el 27.11.16

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