El fallecimiento a los 77 años de Edward, el último de la saga de los políticos Kennedy, tras luchar durante más de 12 meses contra un cáncer cerebral, ha servido nuevamente para verificar la facilidad mediática de encumbrar y elevar al altar a un personaje después de muerto, minimizando que en un momento de su vida lo lapidaron con gruesos caracteres tipográficos por un inmenso error.


La equivocación fue de tal gravedad que le costó a este Kennedy la candidatura demócrata a la presidencia de su país, EEUU. En 1969, Edward sufrió un accidente en Chappaquiddick al caer con su coche a las aguas del lago y no denunció el hecho a la policía hasta doce horas después, pese a perecer su acompañante femenina, una abogada de Nueva York y ex asesora de su hermano Robert, asesinado un año antes. La difusión del siniestro en sus detalles convirtió en un infierno la existencia del senador norteamericano en los años siguientes. El menor de la mítica familia Kennedy no fue capaz de ofrecer ni una explicación convincente para justificar la demora en su denuncia del accidente. Había ocurrido minutos más tarde de una juerga en la que no faltó el alcohol; tampoco atinó a dar una versión creíble del abandono de la mujer que le acompañaba, víctima mortal de este suceso, que a la postre arruinaría la principal aspiración de este político norteamericano. No era otra que alcanzar un día la Casa Blanca.

Ahora, una vez fallecido, le llueven elogios unánimes desde todos los rincones. Unos le recuerdan como el “León liberal”, otros como el “Titán demócrata”…Un destacado adversario republicano evocaba esta semana ante las cámaras, entre agradecido y conmovido, la faceta humana de este Kennedy que le llamaba cada día al hospital para interesarse por sus dos hijos, ingresados a raíz de un accidente. Ante la opinión pública, es bien cierto que Edward diluyó con su tarea parlamentaria en las últimas décadas los efectos devastadores de su actuación errónea en el siniestro de Chappaquiddcik. Lideró con energía y firmeza iniciativas de sensibilidad social (como la polémica reforma sanitaria) y se opuso a incursiones belicistas como la de Irak.

San Pablo, un adelantado de su tiempo, y el primer gran reformador del cristianismo ya dijo que “nadie es absolutamente bueno”. Una reflexión que sugiere otras similares en el mismo contexto moral. Probablemente, Edward no era tan ruin como se le presentó después de la tragedia de Chappaquiddcik, ni tan “santo” como ahora se le proclama. Era un ser humano, como otros muchos, aunque con las ventajas y el lastre del apellido Kennedy. Otro tanto podría decirse de sus hermanos “mártires”, John y Robert, asesinados con anterioridad, y víctimas quizás de una gran conspiración, que la Justicia norteamericana nunca certificó.

Amado Moreno.  27 de agosto de 2009.