Poco más de dos meses después de “marcharse” su admirado Carlo Martini, cardenal y ex arzobispo de Milán, también lo ha hecho el pasado fin de semana el sacerdote canario Pepe Alonso, tras un mes en el Hospital Insular de Las Palmas, su otra “casa” en los últimos años por los avatares de su salud, muy quebrantada. La alusión al purpurado y jesuita italiano no es ociosa. Los dos tenían en común la inquietud permanente de profundizar en las reformas del Vaticano II y traducir el mensaje de su religión a los nuevos tiempos. Estas consideraciones no ignoran las distancias y matices entre ambos, la jeraquía relevante de uno, “papable” en el cónclave que eligió a Benedicto XVI, además de Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el año 2000,  impulsor el segundo de una renovada corriente cristiana en Canarias, próxima a los principios de la  Teología de la Liberación para posicionar siempre a la Iglesia al lado de los excluidos. 

Las fuentes del magisterio teológico y ejercicio pastoral de Pepe Alonso eran muchas y variadas, pero todas con un denominador y sello de progresismo, abierto a soluciones revulsivas para los problemas graves y novedosos que se plantean a las generaciones actuales. En esta línea de pensamiento y de predisposición reformista inherente a su personalidad, paralela a su vitalidad desbordante y altruismo ilimitado, Pepe Alonso suscribía de la “a” a la “z” el “Credere e conoscere” , documento en el que Martini reflexiona y valora respuestas modernas y comprensivas sobre la fecundación artificial, el inicio de la vida humana, la donación de embriones y la homosexualidad. 
 
Para entendernos, Pepe Alonso, además de propugnar una Iglesia dialogante con los no creyentes, quería la misma que preconizaba Martini, y no la que postula el episcopado más conservador, predominante en la jerarquía eclesiástica. Su maltrecho corazón sufría tremendamente con el silencio y la tardía reacción de solidaridad de su Iglesia, como institución, a la demanda del movimiento del 15-M y al drama de los cinco millones y medio de parados. Lamentaba con amargura la escasa energía para denunciar, tardíamente casi siempre, las políticas antisociales que abocan  a reducir hoy la sociedad entre “ladrones y apaleados”,  apunte valiente que hizo en voz alta como pregonero de las últimas fiestas de Nuestra Señora del Pino, el pasado septiembre, en Teror.

Pese a su angustia del momento por el aumento escandaloso de la desigualdad social, él soñaba que “hay otro mundo posible” por el que merece la pena luchar, un mundo justo y equitativo a la hora de distribuir la riqueza para contribuir al bienestar de  todos los ciudadanos, sin exclusión.

En este momento doloroso por su desaparición física, queda a sus amigos y a todos los que tuvieron el privilegio de recibir su magisterio sacerdotal, el reto de continuar su labor y su ejemplo de entrega a los demás, especialmente a los más necesitados, sin exigir nunca, ni esperar nada a cambio. El mundo en general, y la Iglesia en particular, no andan sobrados de gente con la inmensa generosidad que derrochó Pepe Alonso durante su trayectoria vital.

 

*Publicado en La Provincia el 12 de noviembre de 2012

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